El Estado de la mediocridad

Cuando digo «está todo mal», en realidad como que no tengo mucha idea de que o quien pueden estarme escuchando. Lo compruebo varias veces al tiempo que el resto de oidos se aprontan y relamen.
Porque (quizás) casi nada de nuestras «cosas» se pueden escapar a la mirada inquisidora, y mucho menos si es de uno. Por no decir directamente ninguna de ellas.
No es tán difícil averiguar lo que sucede o lo que no, lo que es mentira o es verdad o lo que es frío o caliente.
No tengo idea de quien soy y si embargo pienso al respecto… es muy entreverada esta verdad dogmática. Si se quiere algunos de los dos términos.
Así como cuando estoy feliz o como cuando estoy triste, pienso. Creo que es como una constante y si quisiera redundar: inamovible.

Siempre me gustó ser payaso, más allá de mis frustraciones profesionales.
Como cuando mi primera frustración: los días de la escuela habían terminado.
Pilar no me iba hacer caritas al lado de su compañerita (Beatriz, o Bea que también me gustaba) ni me iban a poner bueno-regular en el casillero de «conducta en clase» durante todo el año y luego de golpe catapultármelo a bueno o muy-bueno. Sin perjuicio de que muchas veces cedí al sistema y he obtenidos hasta muy-bueno-sobresalientes dejando a mis padres hinchados de orgullo.

Esos días quedaron atrás.

Ahora, desde que aquel profesor de geografía de primer año de liceo me ojeó mi trabajo sobre geopolítica de europa sin el más mínimo interés por lo que estaba haciendo, he visto que el estado de la mediocridad de «las cosas», escapa cualquier decisión que pueda yo tomar sobre si aquello fue bueno o malo, verdad o mentira.
O no distinguir si eso me dejó frío o caliente.

Pingüino: igual te supe apreciar en tercer o cuarto año, cuando fuiste el cordinador.

De todas maneras, como me rompió las pelotas eso.

1 comentario en “El Estado de la mediocridad

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